Habitando completamente su infancia entre telas, algodones, tintura, gomas y lacas, aprende de la mano de su padre, el pintor Orazio Gentileschi, la rigurosidad del dibujo, los secretos del color y las texturas. Poco a poco se va abriendo paso hacia una juventud trastocada por el dolor y la violencia; la violencia de su intimidad, aquella que hiere su ser femenino, en una época en la que el contraste de luces y sombras de un Barroco iniciado en Roma, despliega los mismos tintes de chiaroscuro en su joven vida. Desde allí y con mucha valentía, despliega desde sus manos una fuerza desbordante de tacto, talento y sensibilidad, bordando veladuras con pigmentos provenientes de una rica paleta de colores, en una propuesta de obras de arte que rinde tributo tanto a mujeres bíblicas, como a diosas grecolatinas. Artemisia Gentileschi se transforma en una pintora elogiada y contratada por grandes mecenas, cortes, reyes y culmina su carrera como la primera artista femenina en pertenecer a la Accademia di Arte del Disegno de Florencia.

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